Soy la misma persona, con una lección aprendida
En mi sexta sesión de diálisis, ya acostumbrado -o casi- me despedí de la enfermera con un “hasta el lunes” y una respuesta mía , en broma, del estilo “igual el lunes no vengo porque surgió un donante”.
Ese domingo a la noche recibí el llamado más esperado de mi vida. Una de las enfermeras del Hospital 12 de Octubre me preguntó: “Hola Carlos ¿cómo estás de salud? ¿Tienes fiebre o algún síntoma similar? ¿Puedes venir al hospital en una hora?” Era EL LLAMADO, donde me decían que podía haber un posible donante y un posible trasplante, siempre siendo cuidadosos en decirme que así como iba al hospital, podría volverme a casa sin que el trasplante se lleve adelante. Pero todo fue bien; sucede que hasta último momento te realizan tests de compatibilidad y justo hasta antes de ingresar a quirófano todo puede frenarse y volver a foja 0.
«Carlos ya no es más un enfermo, ahora es un paciente trasplantado» y «¿para qué quieres un endocrino, si ya no eres diabético?»
Fueron las dos mejores frases de la primera mitad del 2020.
Tuve una excelente operación (fue en total de 12 horas entre los dos órganos. Los días pasaron y la evolución fue tan buena que me dieron el alta a los 15 dias, alimentándome ya con comida normal y con dieta normal. Las cosas en España, por el coronavirus, se estaban complicando y a los 6 días tuve que ingresar de vuelta, por una obstrucción intestinal. Estuve ingresado en el peor momento de la crisis por la pandemia, con gente que se enfermaba al lado mío, en un área del hospital que estaba en desuso y tuvieron que reciclar para ingresar a los pacientes “limpios” y atendido por personal médico que se vistieron de héroes… pero la situación si bien fue caótica y viví una de las semanas más angustiantes de mi vida, experimentando la miseria humana en su máxima expresión, me llevé de aprendizaje que la templaza de algunas personas (el personal sanitario, y sobre todo, los pacientes) hace milagros. Todo está en la cabeza y cómo sepas dirigir tus pensamientos.